Los primeros seguidores de Marcelino Champagnat, que vibraron con su proyecto, amaban al fundador como al padre que era para ellos.
Los primeros Hermanos que compartieron con el fundador fueron Juan Bautista y Juan Claudio Audrás, Antonio Couturier, Bartolomé Badard, Gabriel Rivat y Juan Bautista Furet. Ellos eran personas sencillas que vieron en San Marcelino un hombre enamorado de Dios. Con el tiempo, bajo su orientación, los primeros Hermanos fueron creciendo en la conciencia de la presencia de Dios a lo largo de sus vidas.
“Recordaban a este sacerdote resuelto y decidido como un hombre entusiasta y práctico, deseoso de llevar las ideas a la acción e impregnado de espíritu de humildad. De ahí brotaba la fuente de aquella espiritualidad sencilla y encarnada que él gratuitamente compartió con sus hermanos”.[1]
El Padre Champagnat también les enseñó a seguir a Jesús como María. Estaba convencido que ella era el camino seguro para centrar sus vidas en Jesucristo. De ahí su frase: Todo a Jesús por María. Todo a María para Jesús.
Además, en fidelidad a la visión apostólica del Padre Champagnat, los primeros Hermanos asumieron su preocupación por los más necesitados y vulnerables y pusieron los medios para atenderles.
Los Maristas de hoy somos herederos de este don del Espíritu para la Iglesia.
[1] Agua de la Roca (2007) Editor Instituto de Hermanos Maristas. Casa general – Rome. página 9
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